sábado, 27 de marzo de 2010

Necesidades especiales


Según reza el estado de buena parte de mis amistades de Facebook, ésta ha sido la semana de la educación especial. Debe ser una más de esas conmemoraciones periódicas tan habituales en las que, no contentos con los dias D, nos hemos pasado a las semanas S. Ya he manifestado en algún otro post mi animadversión por ese tipo de celebraciones pero, en este caso, me viene a cuento para plantear una reflexión.

Entiendo que la educación especial es aquella que debe ser dispensada a todas aquellas personas, especialmente niños y niñas, que tienen unas necesidades igualmente especiales debidas a alguna característica personal que les diferencia de la gran mayoría de la población a la hora de recibir enseñanzas.

Si hiciésemos una encuesta sobre quienes creemos susceptibles de recibir tal formación, seguro que podríamos hacer una recopilación de síndromes, transtornos y enfermedades dignas del DSM-IV, a la que añadiríamos dificultades perceptivas y posiblemente, a hijos e hijas de inmigrantes con lengua diferente y alguna que otra casuística más que reduzca la capacidad de aprendizaje.

Lo que seguramente ignoraría mucha gente es que, además de todo eso, existen casos en los que el problema no reside en una especial dificultad sinó que, al contrario, se da una especial capacidad para el aprendizaje, es decir, que la repetitividad pandémica que se destila en nuestras aulas para conseguir que la media de la población llegue al nivel de conocimientos deseado, les cae encima como una losa y les castiga, en muchos casos, al fracaso escolar.

La cuestión es que, mientras para los primeros existe una sensibilidad social que permite que, aunque seguramente insuficientes, se destinen cada vez más recursos a su inclusión en el sistema educativo, a los segundos se les etiqueta de cosas como "superdotados" y se les condena a aburrirse hasta que deciden que el marco escolar no es válido para ellos.

Abandonar a cualquiera de los dos colectivos sería un error. Al de las dificultades por una cuestión de igualdad de oportunidades y de justicia social. Al de las altas capacidades por lo mismo y por eficiencia social. Si no atendemos adecuadamente a nuestros cerebros más desarrollados, estamos desaprovechando un potencial que podría aportar mucho a nuestra sociedad. Sería como si alguien les digese a Messi o a Higuaín que, como meten más goles que el resto, no hace falta exigirles más ni dedicarles más medios en los entrenamientos.

Nuestro sistema educativo, en el fondo, no deja de ser un Prêt-à-porter de talla única que, mientras ofrece sastres para adaptar el traje a quienes les queda grande, deja desnudos a quienes les va pequeño. Tal vez alguien debería plantear un patronaje más variado.

2 comentarios:

Gabriela dijo...
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
Gabriela dijo...

Mientras las necesidades sean especiales y no específicas es muy difícil avanzar. Con 26 y 27 en el aula la homogeneización es casi un salvavidas mental. Con un TDAh al borde de la esquizofrenia, con un retraso del desarrollo, con una en riesgo de exclusión social, más los cuatro o cinco de familias desestructuradas (y utilizando los hijos cual bazocas) y los dos o tres lentos y/o vagos, el superdotado es el menos peligroso, porque le das un libro y está tranquilo. También puede pasar que le llames a tutoría y te enteres que empieza a oir ruidos. ¡Pero si estoy de vacaciones!. ¡Qué susto!

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