viernes, 5 de marzo de 2021

Democracia en transición

Ayer una apisonadora aplastó una ingente cantidad de armas de grupos terroristas en un acto que, según la oposición, era propagandístico y pretendía blanquear las negociaciones del gobierno con Bildu y el acercamiento de presos de ETA a Euskadi.

Sinceramente, a mí el acto en sí me resultó bastante indiferente, pero la crítica me ha invitado a la reflexión y, para variar, me he acabado yendo por los cerros de Úbeda. Intentaré explicarme.

Hay una opinión generalizada de que, tras la muerte de Franco, España hizo una transición democrática que, idealizada hasta hace poco, en los últimos años está siendo denostada desde numerosos sectores que hablan de régimen del 78 y repiten el mantra del "atado y bien atado".

Entiendo, pues, que dichos sectores reducen la transición al proceso constituyente que finalizó en 1978. 

En oposición a éstos, los que siguen defendiendo las virtudes transicionales participaron de una gran fiesta el pasado 23 de febrero para conmemorar el fallido golpe de estado militar de hace 40 años. Éstos, posiblemente, consideran esa fecha como colofón de la transición objeto de este artículo, aduciendo que aquel día la sociedad española derrotó definitivamente al viejo régimen.

La discrepancia entre unos y otros responde sin duda a cuestiones ideológicas y a intereses políticos pero, desde mi punto de vista, todos estos posicionamientos tienen un sesgo por una errónea perspectiva temporal.

La transición democrática en España  no ha acabado y no lo hará hasta que asumamos de forma generalizada dos premisas:

1. Cualquier idea que no contradiga los derechos humanos es democráticamente defendible.

2. Ninguna idea es defendible fuera del ordenamiento jurídico democráticamente establecido.

Es mérito de la sociedad española en su conjunto y no patrimonio de ningún gobierno, partido ni organización el haber superado satisfactoriamente sucesivos capítulos en esta transición inacabada que aún estamos viviendo.

Renegar del pacto constitucional es una injusticia histórica que solamente se entiende desde la incapacidad de mucha gente para contextualizar las circunstancias en que se produjo. Pero la constitución no sirvió para evitar que hubiese personas dispuestas a defender sus ideas con las armas, fuesen las del ejército o las de las organizaciones terroristas.

Por todo ello, también son episodios meritorios el aborto de golpe de estado del 81 y la derrota de ETA en 2011. En ambos casos, la sociedad española venció a quienes querían legitimar la defensa ideológica a tiro de pistola, ya fuese en el techo del parlamento o en la nuca de sus opositores.

Pero 45 años y pico después de la muerte de Franco todavía hay quien piensa que se deben defender las ideas propias criminalizando las de los rivales o fabricando legalidades paralelas que atajen el camino hacia sus propios objetivos, aunque éstos no estén refrendados por la mayoría. Dicho de otro modo, hay quienes prefieren enfrentarse a organizaciones terroristas antes que a partidos políticos y quienes prefieren luchar contra dictaduras a negociar en las cortes.

Mientras nuestra representación parlamentaria denuncie la capacidad de negociar con quienes piensan diferente en lugar de congratularse por ello, mientras quienes nos representan decidan defender a quienes más gritan a cualquier precio por miedo al siguiente tweet en lugar de pensar en la sociedad en su conjunto y mientras quienes mandan prefieran alinearse con quienes incendian las calles a hacerlo con quienes tienen como misión velar por el orden público, estaremos remando en sentido contrario a la de quienes escribieron esos recientes capítulos de nuestra historia.

Aún así quiero ser optimista. Quiero pensar que estamos viviendo las tensiones inherentes a la compleja idiosincrasia de nuestra sociedad, entendiendo compleja como la virtud de la diversidad en oposición al pensamiento único que desearían quienes, confesamente o no, disienten de la democracia. Y me gustaría pensar que, una vez más, la sociedad española sabrá elegir hasta completar una transición democrática que nos está costando. 

La alternativa está escrita en los libros de historia.


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