miércoles, 12 de octubre de 2011

La duras palabras de Duran

Oía el otro día las declaraciones de Duran i Lleida en uno de esos actos precampañeros que vienen a producirme más sensaciones nauseabundas que otra cosa. Yo no sé si en la política, como en el rock, se consume algún tipo de estimulante antes de salir al escenario, pero esa podría ser una explicación para entender cómo pudo expresarse de tal manera a la hora de poner sobre la mesa una discusión que, muy probablemente, debería plantearse algún día aunque en otro tono y en otros foros.

En cuanto a las formas hay que lamentar que alguien que sueña con tener responsabilidades de gobierno estatal (o al menos en Catalunya se bromea sobre la ambición ministerial de Duran) pretenda arañar votos convirtiéndose en abanderado de una argumentación populista, seguramente basada en el desconocimiento y relativamente frecuente en las tertulias de café por Catalunya pero que, a todas luces, hace apología del enfrentamiento entre comunidades, algo que no creo que beneficie ni a ninguna de ellas ni al conjunto del estado.

Sobre el fondo, en cambio, quisiera hacer alguna reflexión especialmente después de encontrar en el muro de una facebookamiga un enlace a un artículo interesante. Yo no voy a discutir el derecho al subsidio que corresponda a ninguna persona trabajadora cuando no existe ocupación. Puedo entender perfectamente que el empleo en el sector agrario puede llegar a ser (cada vez menos) altamente estacional, pero aún así creo que quienes pretenden defender los intereses de esas personas se equivocan de estrategia.

Garantizar subsidios y ayudas para quienes no pueden ejercer su derecho al trabajo no es sólo lícito, sino justo y necesario, como diría un cura. Sin embargo, hacer del paro cíclico un hecho normal y callar a la gente con cuatrocientos euros, me parece hasta inconstitucional, al privar a esas personas de ejercer uno de los derechos que, según dicen, deberían dignificarlas.

Así, paradójicamente, el Plan de Empleo Rural (PER) se ha convertido en un Plan de Desempleo. Ha hecho que, según apunta Francisco Luís en su artículo, más de ciento cincuenta mil andaluces y andaluzas hayan llegado a considerar normal pasarse la mitad de sus vidas viviendo de un subsidio. Y eso, desde mi punto de vista, demuestra muy poco interés por parte de sus representantes (que posiblemente también ocuparán alguna suite en algún hotel y que también son mantenidos por los recursos públicos) en solucionar los problemas de fondo de su ciudadanía.

Si una pequeña parte de lo que se ha empleado en este país, incluso de lo que se está empleando actualmente en subsidios por desempleo, se estuviese aprovechando para reducir morosidades de administraciones, abordar verdaderas reconversiones productivas (no sólo industriales, porqué no buscar alternativa a la producción agraria en comunidades con excesiva dependencia de dicho sector) o facilitar la autoocupación, por ejemplo, posiblemente las tasas de paro habituales (descontando el último decenio, por ejemplo) en España serían otras.

Probablemente quienes me consideraban un rojillo recalcitrante y hayan leído hasta aquí estén ahora mismo en estado de confusión. Puede que no sea tan rojillo como piensan o quizá sea que considero que la clase obrera tenga demasiada dignidad como para tener que mendigar prestaciones públicas mientras pueda ofrecer a la sociedad su más preciado bien: la capacidad de trabajo.

Una vez más, sin embargo, las formas y el momento han puesto a huevo eludir el fondo del debate. Desde Andalucía han considerado el tema una ofensa tal que reprovarán a Duran i Lleida, pero no se replantearán una política que, en el fondo, les ha venido dando unos magníficos resultados electorales ni que sea porque les permite meter el miedo en el cuerpo de quienes dependen seis meses al año de una prestación.

A Convergencia les ha salido bien la jugada. En una época en que otras opciones nacionalistas podrían hacerles sombra, se han metido en el bolsillo a buena parte del electorado de espardeña y barretina más beligerante con las tierras allende el Ebro y, sin embargo, lo han dejado todo perfectamente bien para no tener que cambiar nada si llegan a tener capacidad de decisión en Madrid.

viernes, 7 de octubre de 2011

Una receta de psicótropos

¡Qué suerte tenemos la gente de mi generación! Por lo visto, las criaturas de hoy en día tienen graves problemas psíquicos que afectan a su imagen personal y a su autoestima. No sé qué parte de responsabilidad tendrán en ello los transgénicos y las radiaciones electromagnéticas, factores a los cuales la población de hace unos años no estuvimos expuestos, pero igual resulta que alguna responsabilidad tenemos quienes deberíamos cuidarnos de su educación.

En una época en la que todo el mundo busca excusas para no sentirse responsable de nada, es muy sencillo recurrir a la búsqueda de etiquetas para justificar las desgracias. Así, si una criatura no se mueve es autista, si se mueve demasiado tiene TDAH y si es un poco rarita sufre bullying; Términos todos ellos que se debían desconocer en mis tiempos tanto como las píldoras para tratarlos. Sólo en casos extremos existía un medicamento milagroso que nos salvaba de la horfandad: el agua del Carmen.

La verdad es que no creo que tuviésemos graves problemas con nuestra autoestima o nuestra imagen personal. De hecho yo no había oído hablar de eso de la autoestima hasta que lo estudié en la universidad. Habían guais y pringadillos, eso sí, pero cada cual aceptaba su rol con naturalidad, sin que ello supusiese un trauma con enormes repercusiones.

Tal vez y sólo tal vez, tenga que ver con que aprendimos con muy pocos años que el antropocentrismo ya estaba pasado de moda, que no teníamos ningún tipo de derecho adquirido y que en esta vida las cosas había que ganárselas. Vaya, que la fama cuesta y que aquí había que empezar a ganarla con sudor... y lágrimas, si era preciso.

Al final va a resultar que eso de que a un niño no se le levanta la voz y menos se le da un cachete, de que si fracasa escolarmente la culpa es del colegio y de que no se le castiga sino que se le invita a la reflexión, tiene más efectos secundarios de los que pensábamos. Menos mal que la ciencia sigue su curso y que con el tiempo tendremos todo tipo de medicamentos que hagan de la infancia una época feliz.

Claro que, teniendo en cuenta el ritmo de los recortes, quizá haya que acabar rescatando una económica medicina que resultó muy eficaz hasta finales de los ochenta. En aquellos tiempos una colleja en el momento oportuno ayudaba a recolocar nuestras neuronas y facilitaba la sinapsis. Creo que esa fue, en buena parte, la receta que nos permitió sobrevivir con más o menos éxito a una infancia en la que no teníamos ni una cuarta parte de lo que tiene nuestra patológica descendencia.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Hablé con ella

No es que fuese la primera vez. En casi 16 años de matrimonio lo hemos hecho más veces, pero nunca hasta ahora me había propiciado una entrada en el blog. Tampoco es que me dijese algo tan novedoso y, posiblemente por eso, por repetitivo, he decidido desahogarme de una vez.

La situación en el trabajo de mi mujer se enrarece. Los recortes en la sanidad catalana han llevado a plantear un ultimátum de aquellos que ahora tanto se llevan al personal del hospital en el que nos conocimos. Nada de todo eso es extraordinario, como tampoco lo es la reacción del personal, en un tono muy similar al que sufrí como representante del personal en el ayuntamiento en que trabajo.

Supongo que forma parte de la elaboración del duelo. Entre la negación y la ira aparece un victimismo recalcitrante. Frases como "que paguen ellos", "no nos merecemos esto", "la culpa no es nuestra" o "todo recae sobre nosotros" se repiten entre la gente que reparte las culpas del asunto entre la clase política, las entidades financieras y la especulación.

Pues bien, no voy a decir ahora, después de todo lo que he escrito, que la clase política se haya comportado adecuadamente en la gestión de los buenos tiempos. Dejando de lado las posibles corrupciones, el despilfarro ha sido de tal magnitud que ahora el endeudamiento se supone que nos ha dejado en el más absoluto de los bloqueos.

Sin embargo, de toda esa gente que ahora critica, debió ser un ínfimo número el que criticó en su día que se construyesen aeropuertos inútiles o se desdoblasen carreteras sin tráfico. Todo el mundo exigía un Centro de Atención Primaria (de esos que ahora no se pueden sostener) a la vuelta de su esquina, independientemente de que en su barrio o pueblo viviesen cuatro gatos.

Criticamos, sí, la gestión de la Seguridad Social pero ¿quién no conoce a alguien que cobra una invalidez y podría estar ocupando nuestro puesto de trabajo? ¿nadie ha colado con la cartilla de pensionista del abuelo los medicamentos de la niña? ¿Es inimaginable que alguien haya encubierto con un par de días de baja una ausencia no justificada al trabajo?

Lo he comentado con mucha gente y creo ser la única persona que conozco que en las últimas elecciones generales votó a un partido político porque prometió subir los impuestos. ¿Seguro que nadie votaba a quien prometía bajarlos?

El sistema financiero ha sido el catalizador de nuestra situación actual al olvidarse del interés social y del riesgo a la  hora de hacer negocio, pero ¿de veras nadie sabía que le estaban ofreciendo un crédito por mucho más valor del que tenía lo que compraba? ¿Seguro que no había quien, conscientemente, se hipotecaba más allá de su capacidad realista para pagarse vacaciones o coches nuevos?

Y la especulación financiera ha sido y sigue siendo el factor concomitante más grave de todo el proceso pero ¿Todo el mundo sabe en qué se invierte el dinero que tiene depositado en fondos de inversión o de pensiones? ¿Cuánta gente está ahora mismo retirando su dinero de esos productos para invertirlos en la banca ética?

He defendido (y pienso seguir haciéndolo) a las personas trabajadoras (a las gandulas siempre me ha costado un poco más) ante cualquier injusticia patronal pero, antes de quejarnos de que pretendan recortarnos sueldos ¿Hemos cambiado alguno de nuestros hábitos despilfarradores en nuestro desempeño profesional? ¿Cuántos niños y niñas imprimen sus trabajos escolares en folios hurtados del trabajo de sus progenitores?

Será porque me dediqué en su día al prevencionismo que no me gusta hablar de culpas (eso lo dejo para la carrera judicial) porque, entre otras cosas, siempre suena a castigo. Sé que el barco se hunde y me obligan a achicar agua. Yo no hice el boquete así que... ¿me niego a bombear? Ya llegará el tiempo de exigir responsabilidades . De hecho, podemos empezar a hacerlo el 20N con una parte y a diario con otras si nos pensamos un poco mejor lo que hacemos con nuestros ahorros.

Escudarse en que otra gente lo hizo peor o tiene mayor responsabilidad no nos ayudará ni a salir de ésta ni a evitar la próxima (que yo pronostico definitiva), así que tal vez deberíamos empezar a autoanalizarnos en parte y a estar en disposición de rectificar aquello que esté en nuestras manos y, sobretodo, a enseñar a nuestra descendencia a no cometer nuestros mismos errores.

Yo, por mi parte, voy a empezar a asumir los míos y, en consecuencia, no volveré a haceros víctimas de mis conversaciones familiares.
Free counter and web stats