martes, 23 de marzo de 2010

La Iglesia: No tan santa y menos madre


No soy creyente, pero tampoco ateo ni sé si soy agnóstico. La verdad es que no me preocupa mucho si existe o no un Dios todopoderoso creador del cielo y de la Tierra. No creo necesitar la amenaza de una eternidad en el infierno para comportarme como me dicte la conciencia y pienso que, de existir y ser tan supremo como dicen, no padecerá del defecto humano de la soberbia por lo que no necesitará que lo honre y lo adore como dicen.

En todo caso, lo que sí que llegué a comprender hace tiempo es que, de existir, no sería la iglesia católica su medio de relación preferido con su creación. Desde mi punto de vista, dicha iglesia tiene más que ver con un asociación con ánimo de lucro y poder que con una misión pastoral. Y que conste que, cuando hablo de iglesia, me refiero a sus mayores exponentes políticos y no a las personas individuales que puedan dedicarse realmente a intentar hacer de este mundo un lugar mejor desde su fe.

Son demasiados siglos de cosas apodadas santas (guerras, inquisiciones)como para tener claro que no cumplen ningún mandato divino. Pero es que en pleno siglo XXI resulta difícil imaginarse que el mismo Dios que envió a un hijo tan adelantado para su época hace 2000 años, ahora mande mensajes tan retrógrados en boca de sus ministros.

La última, el escándalo de los casos de pederastia en Irlanda y su trato por parte de Benedicto XVI. Primero manda una carta pastoral en la que pretende solucionarlo casi todo a la antigua usanza, tirando de penitencia y oración. Después, en la primera homilía en que tiene ocasión pide "intransigencia para el pecado pero perdón para el pecador" y lo acaba de aliñar con un "quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra". Afortunadamente, no se le ocurrió mencionar la de "dejad que los niños se acerquen a mí".

Yo, a parte de ofrecerme a lo de apedrear a quien sea si de pederastia estamos hablando, me permito relacionar todo esto con aquella amenaza de excomunión a los miembros del congreso que votasen a favor del aborto que pronunció la conferencia episcopal. La conclusión sería, excomulguemos diputados y diputadas por legalizar el aborto, pero perdonemos a ministros de la iglesia pederastas.

Me reitero en reconocer la labor de todas las personas que se dan desinteresadamente a la causa de mejorar el mundo desde la iglesia o desde fuera, pero me creo en la obligación de condenar unos órganos políticos que hacen pensar que la iglesia no es tan santa cuando ha estado encubriendo cosas tan graves y es menos madre si no condena con todas sus fuerzas un delito como éste cometido contra sus hijos.

1 comentario:

Mariano Puerta Len dijo...

La excomunión para diputados y el perdón para pederastas me parecen perfectamente coherentes. Un hijo no deseado tiene más posibilidades de acabar recogido en un centro de beneficencia cristiano en el que satisfacer los impulsos pederastas de sus cuidadores.

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