domingo, 7 de marzo de 2010

Las otras mujeres trabajadoras


A poco de la conmemoración del ocho de marzo, día de la mujer trabajadora, veo por televisión un reportaje en el que, de un lado, la Paeria se felicita por el éxito de haber prohibido la prostitución callejera en su núcleo urbano y, por otro, algunos municipios presumen de haber encontrado en las licencias de actividad de los prostíbulos una fuente de financiación alternativa a las tasas ligadas a la construcción.

En este país y en pleno siglo XXI, el debate de la prostitución sigue estando vivo. Tal vez la moralidad ya no sea el argumento que impida la legalización del ejercicio del llamado oficio más antiguo del mundo. En su lugar se erigen colectivos que argumentan que el ejercicio del sexo remunerado se produce normalmente bajo situaciones asimiladas a la esclavitud y que está totalmente en contra de la libertad sexual de las mujeres.

Ese argumento me cuesta entenderlo. No dudo que exista el mal llamado trato de blancas (¿a caso no se trafica con negras y orientales?), pero dudo mucho que condenar a las mujeres que se prostituyen a la clandestinidad y al aislamiento pueda ayudar a solucionar tal situación. No soy tan ingenuo como para pensar que la legalización de la prostitución conlleve la erradicación de la explotación sexual de mujeres, pero no entiendo cómo podría empeorar la situación de las que ya son víctimas.

Por el contrario, aquellas mujeres que decidan libremente ejercer el sexo como actividad lucrativa, que también existen, tienen en la actualidad totalmente limitados sus derechos más fundamentales e, incluso, se exponen a situaciones de riesgo superiores a las que, sin duda, se expondrían si estuviesen en una situación regulada.

Si eso es lo que el feminismo radical entiende por defender la libertad sexual de la mujer, creo que han equivocado el discurso. Defender que si una mujer quiere negociar con su cuerpo es porque tiene un grave problema cultural o que es necesariamente víctima de una educación machista, no deja de ser negar la posibilidad de que haya quien piense diferente de ellas y que tenga concepciones éticas y morales divergentes a las suyas que le permitan esa forma de subsistencia. ¿O a caso alguien criticaría a una mujer por practicar el masoquismo?

Y mientras estas discusiones animan las tertulias del café con leche más que los debates de quienes tienen capacidad para legislar al respecto, las otras administraciones, las que tienen más limitadas sus capacidades para establecer las normas del juego, se apuntan a la doble moral. Por un lado esconden a las prostitutas de la vista del gran público, con lo que parece que hayan hecho una gran actuación ejemplar en materia de lucha contra la prostitución y, por otro, se cuidan muy mucho de pasar factura a las reservas en las que, como si de indios Sioux se tratase, se las ha desterrado a las prostitutas.

A poco de la conmemoración del ocho de marzo habrá muchas mujeres trabajadoras que podrán celebrar los avances que han vivido sus condiciones en los últimos tiempos y reivindicar las muchas mejoras que aún les quedan por conquistar, pero esas otras mujeres trabajadoras, las del sexo, tendrán que seguir enseñando la pantorrilla en alguna carretera apartada para no asustar a los turistas de nuestros centros históricos.

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