martes, 21 de noviembre de 2017

Cruzando la riera

Odio ir a Ikea. Odio perder horas siguiendo el camino que me marcan y viendo muebles que se me antojan idénticos. Por eso, tengo un trato con la mujer con la que me casé hace 22 años (¡menuda perífrasis hay que hacer para no incluir un posesivo que suene a machista!) según el cual, mientras ella elige, yo me voy de paseo para luego encontrarnos en el autoservicio.

El viernes tocó ir y yo, a diferencia de otras veces, decidí aventurarme al otro lado de la riera que separa el polígono industrial de Sabadell con el municipio de Badía del Vallés para darme un paseo de lo más interesante.

Así que, ni corto ni perezoso, crucé un puente bajo la mirada altiva de dos grandes bloques de pisos. En plena guerra de banderas, sólo había dos balcones decorados con ellas, ambas españolas. Después de subir un corto tramo de escaleras giré en la calle Algarve. La monotonía arquitectónica denotaba el escaso interés por la estética en la planificación urbanística de los barrios obreros de los 60, cuando la urgencia por ubicar a la súbita inmigración priorizó la funcionalidad a la belleza.

El paseo siguió por la Calle Oporto. En ella, el cartel de la sede de una asociación me llamó la atención por la paradoja, sin duda buscada, que contenía. Era la asociación de parados activos. Un poco más allá giré por la calle de los infantes (en realidad "dels infants", así que supongo que era una referencia a la infancia y no a la dinastía monárquica).

Tras una glorieta empezaba la Avenida de Burgos. A la izquierda varios bajos comerciales perfectamente rotulados en catalán, al igual que las calles o los centros públicos. A la derecha el ayuntamiento. En él, un apancarta anunciaba que era posible parar los desahucios y conseguir alquiler social. Algo más allá, en la guardería, otra reclamaba una escuela pública de calidad, sin que le atribuyesen necesariamente una nacionalidad.

Seguí observando los balcones. Pocas banderas para las más de 11.000 viviendas. En total conté 18 (seguro que me dejé alguna). 15 eran españolas. 1 senyera hacía compañía a una de ellas y otra lucía en solitario. Una única estelada valiente se dejaba ver en todo el recorrido.

Tampoco observé ni un solo reclamo a repúblicas o votos afirmativos en referéndums. En su lugar, numerosos balcones lucían carteles idénticos en los que anunciaban que en Badía no querían amianto.

En el parque de Joan Oliver muchos niños. Algunos acompañados de hermanos mayores, otros de padres o abuelos. Me recordó mi infancia, cuando las experiencias se vivían en una realidad que para nada era virtual, como evidenciaban nuestras castigadas rodillas. Ello me llevó a observar la extraña ausencia de chavales utilizando dispositivos electrónicos y, seguramente en un pensamiento clasista, consideré que era posible que su poder adquisitivo les estuviese regalando entrañables experiencias al aire libre de las que ya se viven pocas en nuestro entorno.

Giré en la calle de la Mancha y, al llegar a la Avenida Vía de la Plata descubrí dos colegios, uno al lado del otro y ambos con nombres folclóricos: Muñeira y Las Seguidillas. Me llamó la atención que ninguno de ellos llevase el nombre de ningún ilustre catalán. Seguro que con el tiempo habrá alguno llamado Virginia Ramos y, si no es así, será porque no me hizo caso.

Fui parando atención a las conversaciones de las numerosas personas que me crucé por la calle. No me importaba el contenido, pero sí el idioma. No oí a nadie hablar en catalán. Ni tan sólo la patrulla de policía local, dos funcionarios que sin duda debieron acreditar su conocimiento del idioma, usaban dicha lengua entre ellos.

Se pueden sacar pocas conclusiones de mi breve visita pero, como yo soy muy dado a irme de la olla, sí que hice algunas reflexiones que quiero compartir con quien haya tenido la paciencia de llegar hasta aquí.

Creo que en Badía del Vallés no existe ningún conflicto identitario. No parece importar demasiado la cuestión patria y para nada la reivindicación independentista. En Badía hay otros problemas: les preocupa el amianto, el paro, los desahucios,  y la calidad de la educación pública, de la cual les importa un comino si es catalana o no.

Creo que la realidad de Badía no es muy diferente de tantos otros pueblos y sobretodo barrios de Catalunya, quizá no muy extensos pero sí muy densos, fácilmente distinguibles por la estructura arquitectónica de sus viviendas.

Creo que cuando quienes lideran el autodenominado "poble de Catalunya" creyeron contar con una mayoría social suficiente para proclamar una república independiente desconocían o, peor si fue el caso, ignoraron a todos esos barrios.

Creo que no sólo los olvidaron entonces, sino que lo vienen haciendo crónicamente y que, tal vez por ello, los problemas de Badía son los que son y no tienen tiempo para plantearse retos nacionalistas. Creo que, de hecho, a más de un gobernante le ha preocupado más ocuparse de la lengua en que se redactaban los rótulos que de saber qué preocupaba a quienes los leían.

Creo que, cuando algunos han empezado a asumir que les faltaba masa social es porque, quizá en una visita a Ikea, se han atrevido a cruzar esa riera que tanto ha costado cruzar siempre. Esa o la de cualquier otro barrio similar, porque siempre están separados por una riera, una carretera, una vía, algo que les aleja, quizá no sólo físicamente, de los barrios donde vive el "poble de Catalunya".

Creo que pueblo, cuando se refiere a personas, no debería tener plural ni apellido y que, en todo caso, nadie debería erigirse en líder de ningún pueblo sin haberse atrevido antes a cruzar todas las rieras y perocuparse del amianto, el paro,  los desahucios y la calidad de la escuela pública que, perennemente preocupa al otro lado.
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