lunes, 1 de marzo de 2010

Lecciones de humildad


Un mes y medio tardó La Tierra en volver a temblar y cobrarse cientos de víctimas y millones de personas damnificadas, esta vez en Chile. Justo después, la alarma por Tsunami se hace extensiva a todo el pacífico y así, desde Chile hasta Australia o Japón, la gente se alejó apresuradamente de la costa con el recuerdo puesto en aquellas navidades de hace seis años.

Mientras, aquí, en aquella parte del mundo en la que nunca pasan esas cosas reservadas para pobres y exóticos, El ciclón Xinthia, una ciclogénesis explosiva a la que han apodado la tormenta perfecta, ha atravesado la península dejando daños materiales, incendios y alguna muerte y se ha adentrado en Francia para causar al menos 40 víctimas mortales a las que habrá que sumar las que ya ha empezado a provocar en Alemania y Bélgica.

Si viviese en Nueva York y las películas americanas fuesen ciertas, en cada esquina me encontraría con un viejo barbudo mal vestido anunciando a gritos el fin del mundo. Pero seguramente no, lo más probable es que el apocalipsis aún no haya llegado. Se trata simplemente de que nuestro querido planeta y nuestra madre naturaleza nos están recordando una vez más que no somos más que tristes juguetes a su merced y que, por mucho que nos hayamos creído una especie superior, capaz de conceder o denegar caprichosamente el derecho a la subsistencia del resto, un simple estornudo de nuestra atmósfera o un leve golpe de tos de la corteza terrestre puede dar al traste con nuestros sofisticados planes.

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