lunes, 24 de marzo de 2014

En ese sitio llamado España

Cuando Adolfo Suárez fue presidente del gobierno, mi idea de la política sólo alcanzaba para hacer pareados entre su frase más popular y el tren metropolitano. Hoy sigo siendo un inculto sobretodo en lo que a historia se refiere, pero la edad me ha dado experiencia y ésta criterio propio, por equivocado que sea. Por eso, en medio de la saturación que la noticia de su muerte ha producido en los medios, me atrevo a opinar que con él ha muerto uno de los dos gobernantes más inteligentes que ha tenido este sitio al que llaman España.

Sólo así se puede entender que fuese capaz de superar la división innata que parecemos tener grabada en el ADN quienes nacemos entre La Jonquera y Ayamonte para, ni que fuese por poco tiempo, conseguir que se construyese un proyecto común. Porque Españas siempre hay dos. Aunque sean muchas dos diferentes. En España eres de derechas o de izquierdas, de aquí o de allí, del Barça o del Madrid, de los míos o de los otros y, en consecuencia, estás conmigo o contra mí. Así se ha escrito nuestra historia, sin necesidad de enemigos para escribir tantos episodios bélicos como el que más.

Esa reducción irracional a la dualidad de los hispanos no es casual, sino una herramienta adaptativa extraordinaria que nos permite echar sobre la espalda del otro bando lo que más nos gusta echar a los nacidos aquí: la culpa.

La culpa es siempre muy socorrida y, si puede ser ajena, aún más. Ante la culpa sólo caben dos posibilidades: disculparse o exculparse. Lo primero hiere el orgullo (y de eso por aquí se anda sobrado) y para lo segundo se requiere "otro" a quien cargarle el muerto y si sólo hay un "otro" mejor, que así se puede convertir en enemigo y, por ende, culpable universal de todos los males.

La alternativa a la culpa es la responsabilidad. Esa sí que es solidaria y nadie se exime de ella por poco que le toque. Pero eso no va con los hispanos. Si los galos de Astérix y Obélix eran irreductibles, los hispanos de Mortadelo y Filemón éramos irresponsables, y lo seguimos siendo. Lo somos seguramente por vagancia, porque la responsabilidad nos obliga a aceptar que tenemos que hacer algo para mejorar las cosas, algo que con la culpa lo tienen que hacer "los otros" que a su vez culpan a los unos, con lo cual, los unos por los otros, la casa por barrer y no arreglamos nada.

Pues aún así, Suárez consiguió la cuadratura del círculo para que en ese sitio al que llaman España se aprobase un proyecto común, sí. La lástima es que al poco se dio cuenta de que no se hizo por un ataque de responsabilidad común ante el reto que se presentaba, sino por miedo. El miedo recíproco entre los fachas y los rojos, la iglesia y los laicos, los civiles y el ejército, los nacionalistas del centro y los periféricos, ... El miedo de todos, en realidad, a tener que hacerse responsable de lo que viniese. Por una vez todos se pusieron de acuerdo en algo: en dejar hacer a Suárez, que así podrían echarle la culpa por haber sido fascista, por dejar de serlo o por ambas cosas a la vez.

Así van las cosas en este sitio desde siempre y, seguramente, para siempre. Nuestro segundo líder más inteligente no lo fue lo suficiente y acabó convirtiéndose en chivo expiatorio por más que hoy todos se deshagan en elogios. Sólo uno fue más inteligente que él: Amadeo I de Saboya, el rey que sólo necesitó dos años para llegar a la conclusión de que España era ingobernable.

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