No tengo ni idea de si el barrio del Cabañal de Valencia merece ser rehabilitado por su valor patrimonial e histórico o, más bien, conviene realmente derruirlo para transformarlo en una moderna y lujosa avenida. Yo, ni soy de Valencia, ni soy urbanista.
Lo que sí que tengo claro es que, tal y como se han hecho las cosas ha quedado fatal. A la vista de alguien que se lo mira imparcialmente y conociendo a los partidos políticos que hay detrás de la defensa de su conservación y de su destrucción, se puede sospechar por igual del populismo de los primeros y de la especulación urbanística de los segundo.
En todo caso, de lo que no tengo dudas es de que, si el PP mandase en España o el PSOE en Valencia, las cosas hubiesen sido muy diferentes y de que se ha transformado una vez más una cuestión cotidiana en un esperpéntico espectáculo político. Restregarse leyes autonómicas y órdenes ministeriales por la cara es una muestra más de cómo de bien se separa en este país el poder legislativo del ejecutivo.
¿Y las cargas policiales? Sí, feas sin duda, pero antes de interpretarlas hay que fijarse bien, que quien carga en primer plano no es otra que la policía nacional y a esta, las órdenes no se las da aquella Rita que, por lo visto, de Santa tiene poco.
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