viernes, 23 de abril de 2010

À la ville de Barcelona


Ha muerto Juan Antonio Samaranch, ese hombre mayorcete que dijo un día aquello de "à la ville de... Barcelona". Para mí, que estoy en la flor de la vida, era ese. Sin embargo, antes, había sido otros: un jugador de hockey, un periodista deportivo, un político de Franco y un presidente de cajas de ahorros, por ejemplo. Si alguien se lo mira así, sin más datos, como yo, llegaría a pensar que se trataba de un franquista reciclado.

De hecho, las grandes personalidades que han hablado de él opinan que era un hombre muy implicado con la sociedad en general, con el deporte en particular y con Barcelona y Catalunya en concreto. Sin embargo parece ser que la gente que tira más hacia la izquierda no le tienen en mucho aprecio, hasta el punto de que crean grupos en Faceboock en contra del minuto de silencio en su memoria.

Yo, como siempre, me lo miro a mi manera y me pregunto ¿porqué se recicla un franquista? Después de pensarlo se me ocurren tres posibles explicaciones. La primera sería pensar que simplemente era un fascista con un espíritu de supervivencia muy acusado y que, en consecuencia, se adaptó a una nueva situación en cuanto tuvo necesidad. En ese caso podría haber pasado al anonimato en cuanto cambió el régimen o, en su defecto, haber acabado haciéndole la competencia a Fraga en sus proyectos políticos, pero no lo hizo.

Otra posible es pensar que, en realidad, no era tal fascista, sinó al contrario. Al más puro estilo Schindler, podría haberse dedicado a luchar contra el sistema desde el sistema. No tengo, sin embargo, datos que indiquen que tuviese ninguna lista roja de la que tirar para salvar del yugo del dictador a quienes defendían la democracia.

Entre medio me queda una tercera posible explicación, tal vez más plausible. Quizá Samaranch era simplemente una persona con inquietudes y con ganas de implicarse socialmente. Posiblemente no precisamente desde la izquierda porque, en tal caso, tampoco habría llegado nunca, seguramente, a presidir ni cajas de ahorro ni comités olímpicos. Pero tampoco necesariamente desde el fascismo.

Tal vez Samaranch fue más inteligente que militante. Tal vez él sabía cómo quería contribuir a la sociedad y no le importó hacerlo desde el sistema político imperante. Cierto es que otros y otras sufrieron persecución, prisión e incluso ejecución, pero no lo hicieron por el hecho de servir a un pueblo, sinó por hacerlo desde un ideario político concreto.

No seré yo quien quite hierro a los crímenes del franquismo y menos en estas fechas en que ciertas causas abiertas pueden herir susceptibilidades. Sólo me planteo si toda aquella persona que tuvo algún papel social durante el franquismo debe ser tachada de fascista o si, por el contrario, hubo gente que actuó más por actitud que por convicción y que utilizó las únicas vías legales existentes para sentirse socialmente útiles, fuesen mediante alcaldías, diputaciones o, ¿porqué no? sindicatos verticales.

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