lunes, 22 de febrero de 2010

¿Seguro que somos tan demócratas?


Yo no tengo lagunas en el conocimiento. Más bien soy poseedor de un inmenso océano de ignorancia que se ve salpicado, de vez en cuando, de pequeñas islas de sabiduría tan desperdigadas que no pueden considerarse ni archipiélago. La verdad es que no he hecho muchos esfuerzos por ganarle tierra al mar en ese aspecto, pero sí que he procurado que las aportaciones de los acuíferos contaminados de parcialidad no diluyeran en exceso la sal del sentido común, con lo que el equilibrio entre dicho sentido y la ignorancia me ha permitido sobrevivir con éxito entre una población multititulada y superinstruida universitariamente.

Entre esas ínsulas aleatoriamente distribuidas en el océano no se encuentra ninguna que tenga que ver con conocimientos históricos o políticos referidos a Honduras o Nigeria pero, leyendo los titulares de hace unos meses y los de esta semana, sería capaz de encontrar alguna similitud.

Alguien me dijo que el Sr. Correa era de izquierdas y que fue derrocado por un golpe de estado ultraderechista. Respecto a Mamadou Tandja, el presidente derrocado en Nigeria, no he conseguido tener claro ni en la omnisapienta Wikipedia, si se le catalogaba de diestro o de siniestro, aunque teniendo en cuenta su condición de jefe militar retirado y de ministro durante la dictadura, no creo que las izquierdas tuviesen mucho interés por alinearlo entre sus filas.

En todo caso, en ambos estados se ha producido un golpe de estado después de que el dirigente democráticamente elegido haya hecho todas las maniobras necesarias para facilitarse la perpetuidad en el gobierno. No voy a opinar ahora (algún día lo haré) sobre qué es lo que lleva a las personas a aferrarse al poder cuando lo prueban, pero sí sobre sus consecuencias.

Resulta que alguien que ha llegado democráticamente al poder busca maniobras pseudodemocráticas para no dejarlo y entonces, cuando alguien decide dar un golpe de estado (o un contragolpe, según se mire) es el último quien comete delito.

Tampoco voy aquí a loar ni mucho menos los golpes de estado, aunque sí a recordar que Hitler también se sirvió de la legitimidad de la democracia para instaurar una dictadura. Y lo que sí que me voy a preguntar es si a todo el mundo le molestan igual todos los golpes de estado.

Me explico: tengo la sensación de que las mismas maniobras políticas son valoradas de diferente manera en función de quien las haga. Creo que la gente estamos dispuestos a consentir o incluso defender y apoyar decisiones a los que identificamos con nuestra ideología y que difícilmente toleraríamos de nuestros opositores políticos.

Si alguien reflexiona al respecto, puede hacerse a continuación la pregunta del título de este post porque, desde mi punto de vista, la democracia implica asumir que a veces, muchas veces, quien manda puede mandar diferente de como nos gustaría. Esa es, sin duda, la grandeza de la democracia que, si tiene alguna gran enemiga, esa es la mayoría absoluta. Pero de eso también hablaré otro día.

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