viernes, 10 de septiembre de 2010

El loco de la esquina


Hay un personaje muy repetido en las películas americanas que siempre me ha hecho mucha gracia. Se trata del viejo loco de barba blanca que en la esquina de alguna concurrida plaza, vestido con andrajos y con un cartel colgado del cuello no deja de vaticinar desgracias.

Supongo que tal personaje debe estar inspirado en verdaderos orates cuyas predicciones difícilmente se puede comprobar si se cumplen, puesto que no hay nadie que las escuche para luego recordarlas.

Digo todo esto porque si el pintoresco pastor americano (al que Mariano llama el pirómano) hubiese intentado promover la quema de coranes desde el púlpito de su parroquia de cincuenta feligreses habría dado igual que le hubiesen seguido o no. Por más capacidad de convicción que hubiese tenido, lo máximo que podría haber conseguido es que cincuenta y una personas se dedicasen el sábado a quemar otros tantos coranes en un recóndito rincón de EEUU, con lo que los máximos beneficiados habrían sido la librería del pueblo (dudo que ninguno de ellos dispongan de un ejemplar en casa) y la editorial que los publique.

El problema es que el del bigote blanco (vaya, este no lleva barba) ha encontrado una caja de resonancia mundial que ha conseguido enervar a buena parte de la comunidad islámica más radicalizada (que carece del sentido del humor suficiente para reírse de un chalado) hasta el punto de justificar avisos de la Interpol y obligar al mismísimo presidente del mundo a pedirle algo a un demente con nombre de humorista de Monty Python y ganas de protagonismo.

Tal vez, tal como pide la Casa Blanca, los medios de comunicación deberían plantearse la responsabilidad social que tienen y poner algún código ético por encima de los índices de audiencia. Quizá deberían aprender a darle notoriedad a quien se la merece y no a quien la pide de malas maneras. Posiblemente así, las predicciones apocalípticas de los americanos locos sigan sin cumplirse.

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