jueves, 7 de octubre de 2010

Declinando invitaciones

En el fondo lo lamento porque, seguramente, quienes me han invitado a movilizarme vía facebook contra la visita del Papa tenían otro concepto de mí pero, aún así, voy a declinar su invitación. Pero no lo voy a hacer porque profese ningún especial respeto hacia el señor Ratzinger, ni hacia el cargo que ostenta, ni mucho menos contra la institución a la que representa, sino sobretodo porque odio la hipocresia y amo la tolerancia.

Digo lo primero porque resulta que el argumento esgrimido por quienes hayan iniciado la campaña es el económico, al anunciar que no quieren que dicha visita se financie con nuestros impuestos. Pero resulta que luego dicen estar en contacto con todo tipo de entidades que en sus nombres incluyen términos como ateos o laicos. Por lo tanto, si les molesta la visita del Papa por cuestiones ideológicas deberían anunciarlo abiertamente y no recurrir a tapaderas demagógicas que suenan a indiscutibles.

Digo suenan porque desde mi humilde punto de vista son plenamente discutibles. No sé al detalle cómo se van a repartir los gastos de la visita pero estoy convencido de que por parte de la administración no habrá mucho más gasto que el que pudo haber durante la visita de la familia de Obama a Marbella y no recuerdo que nadie me invitase a movilizarse en su contra.

Justo por esto último apelo a la tolerancia. En alguna otra ocasión ya he expresado mi postura hacia la religión en general y hacia la iglesia católica en particular y, por lo tanto, no creo que se pueda interpretar que escribo esto desde una perspectiva beata. Yo tampoco lo espero, pero considero que la visita del Papa es la de un jefe de estado y la del máximo representante de una de las religiones más practicadas en el mundo y eso, se comparta o no, merece ser tan respetado como si quien nos visitase fuese el Dalai Lama.

Creo fielmente que el estado debe ser laico, es decir, que no debe regirse desde los preceptos de ninguna religión, pero creo que es igualmente necesario que el estado se comporte respetuosamente con todas las religiones del mundo y que, en consecuencia, trate a las personalidades que las representen como corresponde a cualquier personalidad pública.

Si alguien iniciase un movimiento contra la visita de un imán chií o un califa suní seguramente sería tachado rápidamente de cualquier cosa poco agradable. No creo que la religión mayoritaria en nuestro medio deba ser mejor tratada por el simple hecho de su mayoría, pero sí creo que merece al menos el mismo trato. El estado, insisto, puede y debe ser laico, pero a una sociedad no se le puede imponer ni el laicismo, ni el ateísmo, ni ninguna creencia que vaya ni más ni menos allá del respeto mutuo.

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