martes, 26 de octubre de 2010

Con el toro por los cuernos

Antes de empezar la argumentación de este escrito quiero advertir a la mayoría de rojillos y rojillas que con cierta frecuencia visitan mi blog de que su contenido podría herir su sensibilidad. Hoy voy a darle una patada a los principios marxistas y a cargarme de golpe la lucha de clases como quien no quiere la cosa, o tal vez no.

Las cifras del paro son cada vez más espectaculares. El drama de las familias que tienen cada vez más serios problemas para afrontar su día a día empieza ya a ser un argumento cotidiano en los reportajes. En ocasiones da la sensación de que la clase trabajadora es la única víctima de esta situación y que la culpa de todo hay que buscarla entre un empresariado que casi parece disfrutar maltratando a su personal.

El papel de un empresario déspota cuyo único objetivo es la marginación de la clase trabajadora ha llegado incluso a ser caricaturizado en algún vídeo que pretendía invitar a la huelga general del 29-S. Parece ser que resulta sumamente sencillo manejar una empresa y que si éstas acaban hundiéndose es a causa, casi exclusivamente, o de la ineptitud de quienes las dirigen o de su ambición desmesurada, que les lleva a desmantelarla antes de que pueda afectarles personalmente.

No voy a afirmar ni a desmentir tal punto de vista, pero sí voy a manifestar mi sorpresa por el hecho de que ante tal panorama no abunden las soluciones al estilo de Planchistería Bergadana. Me extraña que no hayan más grupos de trabajadores y trabajadoras que decidan, ante el cierre de su empresa, coger el toro por los cuernos y gestionarla directamente.

Seguramente una empresa gobernada por su personal cambiaría la escala de valores de ésta y, en consecuencia, resultaría mucho más justa desde un punto de vista social. Llegados a tal extremo tal vez serían empresas dispuestas a sacrificar beneficios para garantizar empleo y condiciones de trabajo y, por lo tanto, podrían convertirse en una verdadera alternativa al planteamiento dualista tradicional del empresariado como opuesto a la clase trabajadora.

De verdad que me cuesta entender porqué las plantillas al completo de empresas que están con el agua al cuello no deciden invertir sus indemnizaciones para hacerse cargo del negocio y así salvar el puesto de trabajo al que han dedicado los mejores años de sus vidas. No obstante, se me ocurren dos explicaciones. Una romántica pero poco creíble: quizás la conciencia de clase esté tan arraigada que no quepa en la mente de nadie compartir el rol de empresario con el de trabajador. La otra más simplista: quizás lo de dirigir empresas no sea tan sencillo.

Aún así, me gustaría soñar con un futuro en el que el accionariado de las empresas fuese su propio personal y en el que, por una vez, todo el mundo entendiese que el bien de la empresa es el bien común. Si eso pasa algún día, la lucha de clases habrá acabado, aunque la duda será quién la habrá ganado.

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