lunes, 5 de julio de 2010

Líneas imaginarias


Que desde San Juan no hubiese publicado nada seguramente fue celebrado por algunas personas pensando que, por fin, se librarían de mis elucubraciones sin sentido. Sin embargo, lamento anunciar que ha sido debido a un periodo vacacional sin Wi-Fi pero en buena compañía.

Hemos estado en Portugal y allí mi amiga Aurora (fan de este blog, para más señas) me recordó que el recientemente desaparecido José Saramago dijo algún día que España y Portugal eran como dos hermanos siameses unidos por la espalda y que nunca se habían podido mirar a la cara.

La verdad es que en cuanto se cruza la frontera puede dar la impresión de que existen diferencias importantes entre los dos países. Tal como comentaba esta mañana con un compañero, los indicadores de las carreteras, las farolas o incluso el tipo de asfaltado resultan peculiares. Sin embargo, cuando se para el coche y se baja de él para disfrutar del primer paseo y comida en el país vecino, se descubre que las diferencias sólo existen en lo artificial.

Un par de horitas en Ébori son suficientes para apreciar el blanco encalado de sus casas bajo el fulgurante Sol que pesa igual que al otro lado de la raya, en Badajoz. Y cuando te sientas en una terraza de aquella plaza mayor que puede confundirse con cualquiera de nuestro sur, te ofrecen como gran plato típico unas migas (eso sí, alentejanas y no extremeñas).

Todo lo que vino después, más al sur, en el Algarve, me vino a confirmar que esa región portuguesa comparte con Andalucía bastante más que el prefijo "Al" de sus musulmanes nombres originarios. Las diferencias, igual que antes, en lo artificial, incluyendo el idioma.

Y luego piensas y te das cuenta de que lo único que separa a ambos países es una línea imaginaria que alguien decidió trazar un día, que el Alentejo y Extremadura o Andalucía y el Algarve, seguramente, tienen mucho más que ver en lo cultural que Galicia con la Región de Murcia, por decir algo.

Las fronteras entre países, estados, naciones, comunidades o lo que sea no son más que eso; líneas mal trazadas sobre un papel que lo soporta todo. Las fronteras no existen si no creemos en ellas y esas líneas sólo se transforman en murallas impenetrables cuando decidimos dejar de mirar al otro lado. Cuando nos giramos de espaldas al vecindario y nos esforzamos en subrayar las diferencias más que en apreciar los parecidos, creamos barreras infranqueables.

A partir de ahí, cada cual que valore si es mejor vivir con muros que nos separan o sin ellos. Yo, de momento, seguiré ignorando unas líneas que entiendo imaginarias.

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