jueves, 17 de marzo de 2011

Pellizcando, o tal vez mordiendo, el estado del bienestar

Como la salud, el amor o la felicidad, definir el estado del bienestar puede ser difícil y saber hasta que punto dispones de él, casi imposible. Pero también igual que esos otros conceptos, nos queda bastante más claro cuando lo perdemos.

Hace muy poco que hemos vivido un cambio de gobierno en Catalunya. La verdad es que estoy convencido de que las condiciones económicas en que el nuevo ejecutivo ha tenido que coger las riendas no son como para muchas alegrías. Sin embargo, ante esas situaciones es cuando cada cual demuestra quien es en su manera de reaccionar.

CiU lo está teniendo muy claro. Como le falta dinero recorta. Pero recorta ¿de dónde? Pues recorta de la sanidad e invita a pagarse polizas privadas. Recorta de educación y los colegios e institutos tienen problemas para pagar la calefacción. Recorta de las prestaciones a la dependencia y retrasa sus pagos. Recorta en personal y pone en cuestión nada menos que quince mil puestos de trabajo.

Con muy buena fe, alguien puede llegar a creer que realmente tales medidas responden exclusivamente a una austeridad impuesta por las circunstancias. Dejando de lado que en ese caso podrían haberse iniciado los recortes por otros ámbitos, podemos seguir analizando. Porque si tenemos problemas financieros, ¿es razonable eliminar el impuesto de sucesiones, especialmente cuando ya no existe el de patrimonio? Y, si todo el problema es económico, ¿porqué queremos ahora examinar de catalán a los inmigrantes antes de decidir su arraigo?

No nos dejemos engañar. La crisis es la escusa, pero el objetivo no es otro que desmantelar las bases más fundamentales de nuestro estado del bienestar, no vaya a ser que cualquier mindungui pueda sentirse igual de persona que el consejero delegado de alguna multinacional. No de golpe, claro, que igual se nos ocurre montar una revolución a lo norte de África o a lo Islandia, pero si a pellizcos (más bien bocados) continuados y sin compasión.

No sé si teníamos claro lo que era el estado del bienestar. Seguramente criticábamos mucho el nivel de implantación que tenía en nuestro entorno. Pero muy probablemente, tendremos mucho tiempo para valorarlo y añorarlo cuando lo hayamos perdido.

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