viernes, 26 de noviembre de 2010

El viejo truco del discurso populista

Los discursos populistas lo son porque enganchan y lo hacen porque expresan ideas a las que la gente está deseando asentir porque creen compartirlas aunque, en muchas ocasiones, en silencio. Que alguna personalidad coincida con uno en alguna idea y la desarrolle públicamente no deja de ser un elogio para quienes no hemos sido capaces de destacar socialmente.

Sin embargo, quedarse en la superficie de los discursos puede llevarnos al error de pensar que la coincidencia en las ideas existe cuando, en realidad, se está muy lejos de ello. Así, estoy seguro que mucha gente habrá aplaudido las declaraciones de Joan Rosell, presidente Foment del Treball (la patronal de las grandes empresas catalanas),  sobre la conveniencia de aplicar expedientes de regulación en las administraciones y fusionar ayuntamientos para salir de la crisis, a pesar de no haber entendido en realidad a lo que se refiere.

Cuando alguien de la calle se define a favor de despedir empleados públicos lo hace, normalmente, desde el desconocimiento y la envidia. El desconocimiento le llega a creer en los falsos tópicos que dibujan viejos funcionarios malhumorados con visera y manguito tras una ventanilla que les sirve para ocultar su ineficiencia y su inoperancia y de la que sólo salen para sus largos desayunos.

La envidia, que se hace más fuerte en tiempos como éstos, es la que le produce el lamentar haber descartado opositar un día para trabajar en una administración porque resultaba más rentable dejar los estudios a los 16 años para dedicarse al oficio de la construcción, que permitía conducir Audis y Mercedes en lugar de aquellos vetustos autos que llevaban los servidores públicos.

Así las cosas, la gente señala a los "funcionarios" con el dedo y los nombra con retintín acusándolos de ser la rémora económica de un estado a la deriva. Y Rosell aprovecha esa creencia infundada para, interesadamente, defender una tesis de la que sólo recita el enunciado y nunca el fundamento.

Cuando la patronal pide adelgazar la administración, lo que está pidiendo en realidad es que ésta renuncie a prestar los servicios más básicos a la población para que pueda hacerlo el sector privado con el correspondiente margen de beneficio. Si le sobra empleo público es porque sabe que quienes lo ocupan tienen, entre otras funciones, la de controlarlos a ellos especialmente cuando son contratados por la propia administración.

Rosell sabe perfectamente que debilitar a la administración es restar leyes a esa jungla que llamamos los mercados. La administración le sobra a la patronal porque le impone normas que la obligan a cumplir con un mínimo de obligaciones sociales, a devolver a esa sociedad una parte de lo que toma de ella. Pero al capital eso de compartir es algo que le escuece amargamente.

Si su tesis es apoyada, si la gente caemos en la trampa y le damos la razón, si nos decantamos por restaurar nuestro orgullo herido sin pensar en sus consecuencias, no dudemos que pasaremos a formar parte del grupo de los depredados en la pirámide alimenticia del neoliberalismo y que ese día, o hemos aprendido a comer orgullo o moriremos de hambre.

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