domingo, 5 de diciembre de 2010

El milagro del arsénico

La ciencia es tozuda y, a pesar de que le cuesta horrores reconocer una teoría como cierta, una vez que lo hace tiende a convertirla en axioma irrefutable y a rechazar todo aquello que se opone a ella. Yo tengo entre casi y absolutamente nada de científico. Me falta la inteligencia, los conocimientos y, sobretodo, la actitud para serlo. Debe ser por ello que siempre que he oído que se descarta la existencia de vida en un determinado lugar por la ausencia de agua, por ejemplo, me ha sorprendido pensar que la biología no pueda imaginar una forma de vida sin ella.

Creo desde mi tremenda ignorancia que la comunidad científica dejó hasta cierto punto atrás el teocentrismo que la paralizó durante siglos pero que, en cambio, no ha sido capaz de desprenderse aún del geocentrismo. Un geocentrismo que, en este caso, yo definiría como la incapacidad para buscar patrones válidos más allá de los que conocemos que funcionan en nuestra Tierra sensorial para aplicarla en otros ámbitos.

Que se hayan encontrado bacterias capaces de vivir en y a costa del arsénico no deja de ser, hasta cierto punto, metafórico. La vida se ha demostrado viable en una sustancia que para nosotros significa muerte. Tal vez sí que existe vida donde creemos que no la hay o incluso vida más allá de la muerte. Quién sabe si no la hemos conocido ya pero, simplemente, la hemos despreciado porque no coincide con nuestro concepto preconcebido.

No estoy muy seguro, pero me parece que el milagro del arsénico puede llevar a cuestionarse muchos esquemas dogmáticos en la biología y eso, sin duda, puede ser el primer paso para enfrentarse a nuevos enigmas y así encontrar nuevas respuestas.

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