miércoles, 18 de mayo de 2011

De Tahrir a la Puerta del Sol

El espíritu de la plaza Tahrir parece haber cruzado el estrecho. Desde el 15 de mayo plazas emblemáticas de las principales capitales españolas han sido invadidas por miles de personas que, autoconvocadas a través de las redes sociales se concentran para reivindicar... ¿qué?

De la respuesta a esa pregunta depende, creo yo, que el llamado movimiento 15M pase de ser un legítimo ejercicio del derecho a la pataleta a convertirse en el precursor de un cambio que, por otra parte, podría ser a mejor o no.

Seguramente en Egipto también empezó de la misma manera: el desengaño y la frustración llevó a la protesta. Pero allí había un enemigo claro hacia el que canalizar la impotencia: un presidente dictatorial y corrupto al que derrocar, mientras que aquí las culpas están tan repartidas que dudo que nadie se atreviese a tirar la primera piedra.

Así las cosas, cuando la prensa se acercó a preguntar qué pretendían con aquellas concentraciones las respuestas fueron concretas y coincidentes, mientras que aquí cuando alguien pregunta a cualquiera sobre el objetivo de la concentración, las pocas personas que son capaces de expresar algo más allá de la protesta lo hacen en términos abstractos y variopintos.

Quien quiera que sea que ha incitado al movimiento lo ha hecho con un frase tan fácil y pegadiza como inconcreta: democracia real ¡ya! Justo eso es lo que se pedía en El Cairo pero aquí, ¿qué significa? ¿no estamos en una democracia? ¿confundimos real con asamblearia? Si es así, ¿es viable una democracia asamblearia para gobernar a 40 millones de personas? ¿Quizá alguien confunde la democracia con la anarquía?

Soy de los primeros críticos con el sistema. No funciona como debería, seguro, pero, aunque sea mal, funciona. Hay que enmendarlo, modificarlo, mejorarlo y si es preciso cambiarlo, pero no eliminarlo sin tener una alternativa razonablemente válida. ¿Qué alternativa defiende el 15M?

Cuesta relativamente poco reunir a un montón de gente descontenta alrededor de un lema poético y abstracto entre otras cosas porque cada cual puede imaginárselo como quiera pero, o se pasa a lo concreto y realista para realmente apuntarse una victoria que mantenga viva la ilusión y alerte a quienes mandan del verdadero poder del pueblo o se me ocurren, al menos, tres posibles efectos adversos.

Uno es que lo que para mucha gente puede haberse convertido en su última esperanza de cambiar las cosas se transforme en el motivo de su frustración definitiva al no alcanzar absolutamente nada más allá de una pataleta más o menos duradera.

El segundo es que alguien se canse de esperar resultados y convierta unas movilizaciones perfectamente pacíficas y cívicas en un espectáculo violento que justifique decir que quienes están contra el sistema son un peligro público.

El otro es que aparezca el oportunismo dispuesto a capitalizar esas almas que duermen a la intemperie para utilizarlas en su provecho. Ya ha empezado a aparecer algún popularillo o incluso algún político por las plazas de Madrid y Barcelona.

Tal vez sí estemos ante una posibilidad real de cambiar las cosas pero si la espontaniedad se confunde con la improvisación, lo que tenía que servir para forzar el cambio de sistema puede servir para perpetuarlo.

1 comentario:

Mariano Puerta Len dijo...

Sabemos lo que no tenemos que hacer. La clase política actual nos ha decepcionado profundamente. En momentos similares de la historia han aparecido los líderes que "no se metían en política" y han resultado mucho peores que cualquier clase política. Los líderes mesiánicos tampoco son la solución. El problema es que falta mucho paras saber qué tenemos que hacer.

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