martes, 15 de febrero de 2011

La resurrección del Catón

Que el gobierno de Convergencia venía con las tijeras en la mano estaba cantado. Lo que no sabíamos era hasta que punto el criterio y el sentido común iba a imperar a la hora de utilizarlas, y en eso creo que no están acertando demasiado.

No creo que fuese novedoso que me postulase yo en contra de los recortes en el gasto público, especialmente en tiempos de crisis, cuando si la administración no tira del carro, el carro se para o cae hacia atrás. Pero si es que hay que recortar en algo, existen tres pilares básicos del estado del bienestar que no deberían ponerse en la lista nunca: educación, sanidad y pensiones.

Las pensiones ya las tocan desde Madrid, así que al ejecutivo catalán lo único que le corresponde es facilitarle el trabajo al español. Con la sanidad no se han metido aún, aunque ya han alavado las virtudes de los seguros privados de salud. Con la educación ya han empezado.

Negarse a aumentar el número de docentes cuando es sabido que se va a incrementar el volumen de alumnado en las aulas es una mala noticia. Mantener los barracones por los que tanto se criticó al gobierno anterior, un mal menor. Decidir interrumpir la informatización de las aulas de secundaria, un despropósito.

Podríamos discutir mucho sobre si la manera como se empezó el proceso de tecnificación era el correcto, si los medios eran suficientes o si el profesorado estaba preparado para el cambio del papel por la pantalla, pero los hombres y mujeres de mañana, si quieren gozar de aquella competitividad de cuya carencia se nos acusa a los de hoy, deberán ser auténticas máquinas de exprimir las tecnologías de la información y la comunicación.

Creo haberlo dicho alguna vez: lo que más me preocupa de esta crisis es cómo saldremos de ella. En sus albores nuestra clase política decía una y otra vez que la formación debía ser una pieza esencial para situarnos en mejor posición en la parrilla de salida de la postcrisis. Sin embargo, una vez más, apostamos más bien por bonificar contratos indiscriminadamente y por ahorrar en la educación de nuestras generaciones futuras.

Rescatar el Catón puede ser barato a corto plazo, pero es una hipoteca muy cara que habrá que pagar en el futuro con un interés difícilmente asumible.

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