jueves, 26 de enero de 2012

¿Y si refundamos el comunismo?. Parte 2: Ideas generales.

Revisando las múltiples definiciones que se han escrito de economía, he quedado gratamente sorprendido cuando, por fin, he encontrado una que se parece a la que yo propongo para el nuevo comunismo: la de la economía del bienestar.

Seguimos anclados en conceptos económicos que parecen responder a la realidad de finales del siglo XIX y principios del XX. En aquellos tiempos el problema central de la economía era alcanzar la eficiencia productiva, dada la incapacidad de satisfacer las necesidades de la población.

Un siglo más tarde, superada en buena parte la incapacidad para disponer de los bienes demandados por la sociedad gracias al desarrollo tecnológico y a la globalización, los poderes económicos han pretendido seguir incrementando las producciones indiscriminadamente, con lo que han tenido que hinchar artificialmente las necesidades de la gente para que demande dichos bienes, cerrando así un círculo vicioso insostenible a medio plazo y que nos ha llevado ya a una situación crítica cuando el ritmo de consumo de esos bienes innecesarios en los que se basaba nuestra estructura económica no se ha podido mantener.

Me estoy refiriendo a que se ha convertido en un problema el hecho de que la gente no cambie anualmente de coche o no adquiera más televisores que personas hay en una casa, por ejemplo. La capacidad de producción ha superado tanto a la de consumo que se han tenido que inventar conceptos como la obsolescencia programada.

Habro aquí un paréntesis para quienes puedan estar pensando a estas alturas que estoy hablando tan sólo de aquellos países a los que llamamos desarrollados. Entiendo que se pueda interpretar así, pero no. Simplemente estoy dando por sentado que el problema de los países en vías de desarrollo, o de los subdesarrollados, no es de capacidad, sino de voluntad. No me alargaré en los detalles porque eso, en todo caso, daría para nuevos posts.

Así las cosas propongo que la economía sea la ciencia que plantee los métodos para alcanzar los mayores niveles de bienestar social a partir de los recursos disponibles en cada momento. De ese modo, indicadores económicos aberrantes como el Producto Interior Bruto, se podrían sustituir por otros como la esperanza de vida, las tasas de prevalencia de determinadas patologías, los niveles de estudios de la población o su índice de ocupación.

Partiendo de ahí, el problema cuantitativo de la produccíón de riqueza no sería el primordial, sino que deberíamos centrarnos en la cuestión cualitativa y en la distributiva. Dicho de otro modo, sabemos que disponemos de una gran capacidad de producción, pero debemos elegir correctamente en qué bienes y servicios la empleamos y cómo lo hacemos para que todo el mundo se beneficie de ella.

Aún así, habrá que producir con suficiencia y con la mayor eficiencia posible. Descartada por la experiencia la economía programada con esa finalidad, habrá que recurrir a la iniciativa privada. Para ello, habrá que facilitar los medios y premiar los resultados y será mediante esos dos mecanismos como se puede incentivar que el esfuerzo se destine hacia aquello que genere mayor bienestar, evitando en lo posible el parasitismo social, ya sea a gran escala mediante la especulación o a pequeña mediante el abuso de los sistemas de protección.

Como creo que hasta aquí ya hay demasiado que leer, dejaré para las próximas entradas cuáles serían los papeles de los diversos actores en ese equilibrio. Fundamentalmente, cabrá definir el papel de las administraciones con sus gobiernos al frente, el de las fuentes de financiación, el de las personas emprendedoras y el de la población en general.

Seguramente, todo seguirá siendo un galimatías inconexo e inaplicable, pero yo mientras tanto me sigo entreteniendo imaginándome lo bien que se podría vivir en una sociedad que realmente tuviese ese objetivo.

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